El maravilloso y mágico universo de las neuronas de la lectura
Leer. Leer con ganas de hacerlo, por el gusto de sentir el libro e imaginar lo que las palabras nos van dibujando en la mente, cualquiera que estas sean. Leer para después ser capaces de transmitir lo que la lectura nos ha dejado, ser capaces de llegar a una reflexión y después compartirla.
No sé si a ustedes alguna vez les ha venido en mente preguntarse ¿cómo es que leemos? ¿Cómo es que símbolos que se agrupan en el papel, con espacios entre un grupo y otro nos hacen imaginar objetos conocidos o bien inventarnos los que no conocemos? ¿Por qué las emociones y sensaciones pueden ser reales al momento en que los caracteres impresos en el papel entran por nuestros ojos? ¿Qué pasa en nuestro cerebro mientras leemos?
Pues a mí sí… me atrae observar como un niño pequeño (3 años) ve con atención las imágenes del libro que compartimos. Yo leo las palabras, él mira las imágenes. Yo comprendo las palabras escritas, él le da significado a los diseños, relacionándolos con los sonidos de mi voz. Amo y agradezco ver a mi niño de 11 años atacarse de la risa o emocionarse y venir corriendo a contarme lo que, con gran asombro acaba de descubrir entre las páginas que ha leído.
Mientras leemos, nuestros ojos recorren la página con pequeños movimientos precisos y rápidos. Cuatro o cinco veces por segundo, la mirada se para en una palabra que es reconocida sin esfuerzo, de manera instantánea.
Resulta que cada uno de nosotros es dueño de un mecanismo neuronal preciso y admirablemente perfecto, al mismo tiempo que complejo y misterioso. Los últimos estudios realizados en los últimos 20 años, han sacado a la luz resultados maravillosos que nos dejan comprender un rincón más de la complejidad del cerebro humano a través de la decodificación de los mecanismos neuronales del acto de leer. Hoy, gracias a la resonancia magnética, bastan algunos minutos para visualizar las regiones cerebrales que se activan cuando desciframos las palabras. El funcionamiento interior de estas operaciones mentales ha llegado a ser accesible en la experimentación, a través de la cual se ha podido seguir paso a paso el camino de las palabras, desde el análisis de la secuencia de las letras, hasta el reconocimiento visual, el cálculo de la pronunciación y el acceso al sentido.
Todo empieza en la retina en donde aparecen las primeras imperfecciones evolutivas. En nuestra retina los vasos y los nervios están colocados delante de las células foto receptoras, bloqueando una parte de la luz que llega, y creando una zona insensible a la luz llamada mancha ciega.
Es en la región central de la retina – la fóvea – dónde se proyectan todos los fotones enviados por las páginas. Sólo esa parte es lo suficientemente rica en células foto receptoras de alta resolución – los conos – y nos permite leer. Sólo esa zona (que abarca apenas el 15% de visión) capta las letras con la suficiente nitidez como para reconocerlas.
Incluso en la fóvea, la visión no es homogénea: hay más conos en la zona central que en la periferia. Contrariamente a lo que se sabe (se siente y se ve), la nitidez central no depende del tamaño de la letra como cabría esperar sino al contrario: cuanto más grande es la letra más área de la retina es necesaria para ser identificada y más se aleja de esta zona de visión central de alta resolución. La capacidad de percepción depende del tamaño absoluto de las palabras. Cada sacudida del ojo está medida y es bastante constante: unas 7 u 8 letras por cada salto. El cerebro adapta la distancia recorrida por el ojo al tamaño de la letra. Los espacios permiten preparar el siguiente salto para que caiga lo más cerca posible de la parte central de la próxima palabra.
En el libro «I neuroni della lettura» escrito por Dehaene Stanislas, neuro-científico francés, explica como a partir de bases empíricas se está llegando a una teoría de la lectura. Describe cómo funcionan los sistemas corticales heredados de nuestro pasado evolutivo y que de alguna manera se han transformado para la lectura. Esta teoría explica cómo nuestras redes de neuronas aprenden a leer; por cuáles mecanismos, llegados a la edad adulta, leemos con tanta eficacia; cuál es la causa de que ciertos niños sufran dislexia; cómo podemos descubrirla y remediarla.
Todas las teorías que le toman la vida entera a los científicos, neurólogos y grandes conocedores, se realizan de forma fluida e inconsciente, momento a momento a lo largo de nuestras vidas.
Leer es un don que la evolución le ha proporcionado al hombre. La evolución por medio de la cual, esas redes primarias que nuestros ancestros poseían de forma incipiente, han adquirido fuerza a medida que se fueron usando a través de los siglos.
Para poder obtener su licencia, un piloto de avión tiene que completar ciertas horas de práctica de vuelo. Para ser acreedor de un título, el cirujano debe abrir cuerpos inertes hasta adquirir la habilidad de hacerlo con precisión, perfección y exactitud.
Para poder leer, el ser humano debe adquirir la habilidad por medio de la práctica. El lenguaje es una facultad anclada en los genes, pero las lenguas y su lectura dependen de nuestro nivel sociocultural. El cerebro del hombre es comparable a una pizarra virgen, en la que se imprime la información recibida por los cinco sentidos, los datos del entorno natural y cultural en el que por casualidad le haya tocado nacer.
Entre las tantas teorías de la neurociencia, existe una que explica que, entre un niño aborigen, uno norteamericano y uno maya, lo único común es su capacidad de aprender, pero cosas como la percepción de los colores, de la música, o los valores morales son eminentemente variables de un sitio a otro. Así el cerebro, liberado de sus rígidos aspectos biológicos, es capaz de absorber toda forma de cultura, incluida la lectura.
María Montessori, propone la teoría de la mente absorbente, precisamente como una herramienta a través de la cual el niño se adapta a esa sociedad en la que le tocó nacer. Observa, copia, practica, encarna y años después, analiza y reflexiona para poder tomar decisiones individualistas.
Así como un cirujano observa a su profesor abrir los cuerpos y luego toma el bisturí para sentir la forma en la que se introduce en la piel e intenta una y otra vez hasta poder tener la habilidad de hacerlo en un ser vivo (¡y lograr que siga vivo después de suturarlo!), de la misma forma los niños necesitan verte leer.
Necesitan escuchar tu voz modulando las palabras que acompañan las imágenes del libro, aman copiar la forma en la que pasas las páginas y sonríes al encontrar una frase que te haga gracia, aprenden a articular las palabras siguiendo las letras que la maestra ha presentado en clase, no se cansan de practicar una y otra vez hasta que la lectura por memorización pueda llegar a ser una lectura comprendida que estructure en su cerebro y origine una respuesta reflexiva que dé la explosión creativa de la conclusión a la que se llega cuando se capta una idea.
En el colegio se aprende a leer, pero será en el ambiente familiar en donde se adquiera la habilidad, pero sobre todo, el amor a la lectura.
Por último les dejo estos versos de Francisco de Quevedo.
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.
Gracias por leerme con tus ojos y escucharme con tu corazón.
Tita Llerandi.